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V Domingo de Pascua


YO SOY LA VID | Jn 15, 1-8

Una sal que no sala, una luz que no alumbra, una higuera o una vid que no dan frutos…. Son símbolos usados por Jesús que nos ayudan a entender para qué hemos sido creados.


Así como la vid, hemos sido creado para dar frutos, esto es, para obrar el bien,. solo así nos realizamos como personas. Al contrario, una vida sin frutos, es una vida vaciada de sentido. Si bien, una vida activa en la dirección equivocada puede hacer mucho daño, una vida pasiva que se inhibe de aportar lo bueno que puede dar a su entorno, no solo desperdicia el enorme potencial que tiene de mejorar la realidad que le rodea, sino que deja que la usen como instrumento al servicio de los intereses de otros y, lejos de aportar, termina siendo carga para los demás. Ya decía Pedro Arrupe, s.j. "No me resigno a que, cuando yo muera, siga el mundo como si yo no hubiera vivido"... Por eso es provechoso preguntarse a diario: ¿Qué he hecho hoy para que el mundo vaya mejor? Esto, de alguna manera, nos sitúa y da sentido a nuestra vida.


La moral cristiana nos enseña que no solo se peca de palabra y de obra, sino también de omisión. Se peca por el bien que podemos hacer y no hacemos. Pecamos cuando nos centramos en nosotros mismos de tal manera que no nos interesa dar nuestro tiempo y atención a quienes puedan necesitar de nosotros. Pecamos cuando nos preocupamos en conseguir solo nuestros propios logros, olvidando que formamos parte de un colectivo al que nos debemos como individuos. Ser pasivos ante las duras realidades que nos rodean, no nos hace neutrales, sino cómplices de esas realidades. En palabras de Edmund Burke: “Para que triunfe el mal, basta con que los hombres de bien no hagan nada” o dicho de otra manera por él mismo, “El mayor error lo comete quien no hace nada porque sólo podría hacer un poco”. Nunca pensemos que nuestro aporte no es valioso por mas poco que parezca,.


Sabemos, no obstante, que no siempre podemos hacer el bien que queremos. Sabemos que, cuando hemos creado malos hábitos, cuando las dinámicas relacionales o las amistades que hemos hecho van en la dirección equivocada, es difícil tomar el camino correcto. Bien dice San Pablo: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí” (Rom 7,19). Por eso, aunque la voluntad y la firmeza en las decisiones tiene un papel importantísimo, en necesario tener presente que obrar el bien no es sólo cosa de voluntad, pues, también interviene en ello la Gracia de Dios y hay que pedirla confiada y humildemente al Señor, pues es un don. Por eso Jesús nos dice: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí nada pueden hacer”. Así como ninguna rama puede dar fruto si no está unida a la vid, tampoco podemos obrar el bien si no estamos unidos al Sumo Bien que es Dios (San Agustín). El mismo Pablo nos dice que “Nadie puede decir 'Jesús es el Señor', sino por la acción del Espíritu Santo" (1 Co 12, 3) Es de Dios de quien procede el bien, por tanto, todo aquel que quiera dar frutos, todo el que quiera obrar el bien, debe estar unido a Él. Quien obra el bien, da sentido y realiza su vida. Cualquier otra cosa, distrae, desenfoca, desvía… Hay quienes dirá: "Sí, pero debo hacer dinero, tener poder o ser popular para hacer el bien"... y miden el éxito en función de esas cosas, pero no se dan cuenta que es una trampa, que se engañan así mismos. Para hacer el bien no es necesaria de la riqueza, ni del poder ni de la fama, sino de estar unidos a Dios.


Y ¿Cómo estar unidos a Dios? Pues, la respuesta es dura: ¡Dejándose podar por Él! Dios ama y su amor nos transforma, nos hace un poco mas capaces de amar y de entregarnos al servicio del reino. Él poda a los que dan fruto para que den fruto mayor (Jn 15,1-3). Lo hace porque nuestra naturaleza lo necesita, aunque sea doloroso, sólo así podemos crecer fuertes. Son las dificultades y las adversidades las que nos hacen fuertes, esta es la única manera que crecer y de dar fruto. Como bien lo expresa aquella oración atribuida a San Francisco de Asís: solo dando recibimos, solo muriendo nacemos ala vida eterna. No se logra, pues, la humildad sin humillaciones, ni la servicialidad sin servicio, ni la generosidad sin renuncia, ni la justicia sin denuncia y solidaridad, ni hacer la voluntad de Dios sin discernimiento, ni la caridad sin entrega, ni la reconciliación sin perdón, mi la templanza sin ayuno y sacrificios, ni la unión con Dios sin oración. "Los discípulos se asombraron aún más, y decían entre sí: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?» Para los hombres es imposible -aclaró Jesús, mirándolos fijamente-, pero no para Dios; de hecho, para Dios todo es posible”. (Mc 10, 26-27). Somos necesitados de Jesucristo, de su gracia, de su Espíritu. Sin él nada podemos hacer.


Pidámosle al Señor que nos mantenga unidos a Él, que no nos deje ser ramas sueltas, secas, sin vida… pues la vida sólo está en Él. Que aprendamos a vivir la vida como Él la vivió cuando la compartió con sus discípulos y seguidores, cuando la entregó al servicio de los pobres y del Reino.

YO SOY LA VID

Música y letra: Javier Brú

Yo soy la vid verdadera

y mi Padre es el viñador

que arranca de mí aquel sarmiento

que fruto a su tiempo no dio.

Él poda a los que dan fruto

para que den fruto mayor.

A ustedes mi palabra hace limpios;

sarmientos son que el Padre podó.

Yo soy la vid y ustedes los sarmientos

el que permanece en mí y yo en él

fruto abundante dará.

Fuera de la vid no da fruto el sarmiento;

si no permanecen unidos a mí

nada pueden hacer.

Sarmiento que a mí no esté unido,

afuera mi Padre lo echará

y seco arderá en el fuego

pues no sirve ya para más.

Si a mí permanecen unidos,

y mi palabra saben guardar

se realizará lo que pidan,

discípulos que gloria a Dios dan.

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